Hoy tengo la sensación de que carece de sentido hablar de cualquier cosa que no sea lo que ocurrió ayer en el Congreso. No sé qué más tiene que pasar para que reaccionemos y acabemos con la tiranía de este capitalismo fascista. Y encima, cuando Rajoy bajó del púlpito, los suyos tuvieron la desfachatez de aplaudir. A mí esos aplausos me sonaban a burla, a macabro fin de fiesta del esperpento que se acababa de representar.
Ni una sola de las decisiones que se han tomado afectan a los que más tienen. Ni una. ¿No habíamos quedado en que los impuestos eran progresivos, es decir, que uno pagaba en función de su patrimonio?
Porque la subida del IVA obligará a miles de autónomos a irse a la calle y a muchísimas empresas a cerrar.
Porque a los parados, si se les baja el subsidio a partir del sexto mes, se les someterá a una angustia y a un estado de necesidad que me temo que no todos van a poder soportar.
Porque bajarles la pensión a los ancianos resulta mezquino y una ofensa a las generaciones anteriores, que, precisamente, fueron las que lucharon para conseguir los derechos laborales y sociales que hasta ahora habíamos tenido.
Porque quitarles una paga a los funcionarios (a los que durante años el poder se ha encargado de calumniar) supone arrebatar el fruto de su trabajo a unos trabajadores que ya han pagado la crisis con creces. A los docentes, de hecho, se les ha bajado cuatro veces el sueldo en los últimos años. Y, además, tienen que seguir soportando las vejaciones continuas de una sociedad que, manipulada por los de siempre, no se cansa de tildarlos de vagos y privilegiados.
No sigo. Hoy no me siento con fuerzas para nada. Y que conste que lo que me causa esta tristeza no es tanto la desvergüenza de los políticos (de los que nunca hay que esperar nada) como la indolencia de la gente de este país.
Llegados a este punto, habría que terminar de una vez por todas con las injustificables (y millonarias) asignaciones a la iglesia católica. Habría que eliminar ese agujero negro llamado monarquía. Y habría que ocupar los bancos y bloquearlos para los que nos han metido en esto sean los que nos saquen de esta vorágine.
Los próximos años, los que estamos abajo vamos a vivir con el agua al cuello para nada. O sí: para que los ricos mantengan todos sus privilegios mientras nos sermonean con lo de que hemos sido chicos malos y que nos toca sacrificarnos.
Espero (creo que sigo siendo un ingenuo) que de verdad suceda algo que rompa este sistema absurdo y nos demos, entre todos, unas normas de juego que dejen fuera a los tramposos. Yo no quiero vivir en un país dormido.
Lo firmo. Como siempre Jose, una vez mas, muy atinado
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