Los periódicos de hoy informan del premio que la Fundación de la Documentación y la Conservación de la Arquitectura y el Urbanismo del Movimiento Moderno ha concedido a la restauración del Edificio Embarcadero de Cáceres. Un servidor no llega ni a aficionado a la arquitectura, así que no tengo criterio para cuestionar la justicia del galardón. El edificio ha quedado muy bien, eso es cierto. Aunque recordemos que las obras se llevaron dos millones y medio de euros.
Lo que sí considero inadmisible es que la alcaldesa de Cáceres saque pecho y encima presuma de lo que hay dentro. Según ella, "una construcción sin contenido es como un cuerpo sin alma".
Siguiendo el símil de esta señora, el alma de ese cuerpo es bastante anodina, ya que el edificio ahora mismo se limita a ser un local de despachos para empresas.
Cuando se inauguró, hace algo más de un año, se nos contó que aquello se iba a convertir en el puntal de la cultura extremeña. Vamos, algo así como el Matadero de Madrid o la Laboral de Gijón. Claro, como del dicho al hecho hay un buen trecho, lo que se hizo los seis meses siguientes fue una chapuza. Una chapuza carísima, eso sí, porque gastarse 600.000 euros en seis meses tiene tela.
Y es que, aunque aquellos lo hicieron mal, estos terminarán haciéndolos buenos.
Todos los días, al ir y volver a Mérida, paso cerca del Embarcadero. Y no puedo dejar de mirarlo con un puntito de lástima y nostalgia por lo que podía haber sido y lo que ha terminado siendo.
Si uno lo piensa, casi es una metáfora de los tiempos que corren, ya que se ve que donde no queda lugar para la cultura lo hay de sobra para la especulación, el comercio y el dinero.
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