El martes me tocó viajar dos veces a Mérida: una por la mañana (la de siempre) y otra por la tarde. Tenía que presentar a Jordi Doce en la lectura que realizó en el aula literaria de Mérida. Pero la paliza (y la sensación acentuada de llevar una doble vida) mereció la pena. Jordi Doce es un poeta sólido. Y la calidad de su literatura es indiscutible. Además, como ocurre con los verdaderos sabios, su humildad es directamente proporcional a su talento. Vamos, que, a pesar de tanta ida y vuelta, me compensó. Estar al lado de Jordi o de Elías Moro (con los que poso en la foto) me ayudan a reconciliarme con la especie humana. Lo único que sentí fue no poder quedarme a cenar con ellos. Lo de ser padre tiene este tipo de servidumbres. En fin. Supongo que alguna vez los niños crecerán y podrá uno vivir sin estar continuamente pendiente del reloj.
Felicidades a Jordi y a ti por tener tan buenas compañías.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, Chema: tú siempre tan exagerao.
ResponderEliminarNo en lo de Jordi, claro; ahí suscribo de pe a pa lo que dices. Habrá que hacer esa cena en otra ocasión.
Abrazos.