¡Ficción! ¡Realidad! ¡Al diablo con todos!
¡Luces! ¡Luces! ¡Luces!
- Luigi Pirandello -
Según los informes de la policía, René Alphonse van der Berghe, más conocido como Erik El Belga, participó, entre 1977 y 1982, en unos sesenta robos, mediante los que se apoderó de alrededor de seis mil obras de arte. Con todo, mayor fama aún si cabe que sus expolios a cualquier edificio religioso que careciese de vigilancia (la primera vez que yo oí hablar de él fue en Paredes de Nava, de cuya iglesia se había llevado varios cuadros de Berruguete) se la proporcionaron sus hazañas como falsificador. Él ha confesado que lo hacía para divertirse, por puro placer. Un ejemplo: falsificó el retablo de Oberwesel y luego se lo vendió a los alemanes, que no se dieron cuenta del timo hasta que transcurrieron nada menos que veinte años. En concreto, en ese caso justificaba su fechoría arguyendo que se trataba de una especie de venganza por el holocausto nazi, dado que su padre había estado preso en un campo de concentración.
De cuando en cuando, en el hueco de la pieza que acababa de robar, dejaba, como tarjeta de visita, una botella de champán y dos copas vacías. Al parecer, para él terminó convirtiéndose en un guiño que equivalía a ensayar un brindis por la belleza y el amor, que no sé si en el fondo será lo mismo que decir por la fragilidad de la verdad.
Actualmente, Erik El Belga, tras haber entrado y salido de la cárcel en unas cuantas ocasiones, es un anciano de ojos cansados que vive en Málaga, que pinta vírgenes y angelotes que después regala al clero (quién lo ha visto y quién lo ve), que asesora, si se lo piden, a museos y coleccionistas, que fuma tabaco de picadura, que padece diabetes, que está operado del corazón, que se ha casado siete veces y que tiene seis hijos con seis mujeres distintas.
Salud.
(De la serie Veinte calas en la historia de la pintura, del libro De los espacios cerrados, Fundación José Manuel Lara, 2006)
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