Esta entrada debería haberla publicado el pasado 22 de mayo, que era cuando en realidad se cumplían diez años de la muerte de Rafael Pérez Estrada. Sin embargo (más vale tarde que nunca), no quiero que termine 2010 sin acordarme del aniversario de la desaparición de uno de mis maestros.
Una de las cosas que más me lamento es no haber podido conocerlo personalmente. No me dio tiempo. En 2000 yo tenía veintiocho años, pero no coche. Y anda que no lo siento. Sobre todo porque poco tiempo antes de morir estuvo en el aula literaria de Badajoz. En fin.
Por eso, cuando en 2006 fui a la feria del libro de Málaga a presentar De los espacios cerrados, lo que de verdad me hizo ilusión fue darme un paseo por la calle Larios hasta el portal de la que fue su casa, ir a la plaza en la que se hizo la foto que aparece en la solapa de La sombra del obelisco y, por encima de todo, tener la oportunidad de conocer el Centro Cultural de la Generación del 27, ya que Pérez Estrada fue uno de sus fundadores.
Reconozco que no puedo hablar de sus libros sin emocionarme. Lo suyo es literatura en estado puro. Más allá de los géneros, más allá de las clasificaciones.
Él es el escritor liliputiense por antonomasia.
Salud, maestro.
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