Hace aproximadamente un año y medio, cuando leía La joven guardia, una estupenda antología de nuevos narradores argentinos, me encontré con un autor cuyos relatos me dejaron asombrado. Se llamaba Diego Grillo Trubba.
Por aquel entonces uno seguía en Littera Libros, así que me puse a investigar en la red intentando dar con su dirección. Le escribí para contarle lo mucho que me habían gustado las pocas páginas suyas que había leído y, de paso, para preguntarle si podía enviarme algún inédito. Me contestó enseguida. Por correo electrónico me mandó un conjunto de cuentos titulado Soliloquios. No lo leí: lo devoré. Desde luego, aquel libro me sirvió para corroborar lo que había intuido: Diego Grillo era un narrador de primera, alguien con una voz personalísima a quien debía tratar de editar a toda costa.
Por aquel entonces uno seguía en Littera Libros, así que me puse a investigar en la red intentando dar con su dirección. Le escribí para contarle lo mucho que me habían gustado las pocas páginas suyas que había leído y, de paso, para preguntarle si podía enviarme algún inédito. Me contestó enseguida. Por correo electrónico me mandó un conjunto de cuentos titulado Soliloquios. No lo leí: lo devoré. Desde luego, aquel libro me sirvió para corroborar lo que había intuido: Diego Grillo era un narrador de primera, alguien con una voz personalísima a quien debía tratar de editar a toda costa.
Le hablé de lo que me gustaría publicar Soliloquios en Litteratos, la colección que yo dirigía. Eso sí, le advertí de la modestia de la publicación que le ofrecía (150 ejemplares con una distribución muy limitada), pero, aun así, aceptó de inmediato.
Y, aunque hace casi un año que dejé Littera (el compromiso para publicar a Diego fue prácticamente lo último que hice en la editorial), hoy por fin los lectores españoles podrán disfrutar de este colosal libro de cuentos. Habrá que darse prisa para hacerse con un ejemplar.
una recomendación a tener en cuenta.
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