Para que luego digan que ya no pesa tanto el lugar
en el que se viva. Un ejemplo de que para algunos residir en la periferia de la periferia continúa suponiendo un peaje continuo: este año me había propuesto ir a la feria del libro de Madrid. Como de lunes a viernes tengo que trabajar en el instituto, no me queda otro remedio que ir en fin de semana. Consulto los horarios de trenes y autobuses.
Ida y vuelta de Cáceres a Madrid. Imposible hacerlo en el mismo
día. O eso o me resigno a pasar en la feria no más de tres horas. Resulta que el
último tren sale de Madrid a las cuatro de la tarde; y el último autobús, a las
cinco y media. Menudo chasco. Nada. Una vez más, tendré que quedarme
en casa. Se ve que en Extremadura, a pesar de pagar los mismos impuestos
que quienes disfrutan de aeropuertos, cercanías y todo tipo de
transportes públicos, no tenemos los mismos derechos. Hasta hace unos
años al menos contábamos con un talgo de aquí a la capital. Un talgo desvencijado, es verdad, pero que permitía salir a una hora suficientemente tardía como para aprovechar el día entero en los madriles. Pero ahora ni
eso. Y luego algunos se extrañarán de que la gente se canse y acabe por largarse.
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