La princesa pidió hacer ella misma la cama de la habitación de invitados donde iba a dormir su primo, el infante don Jaime, que regresaba victorioso de luchar contra el infiel.
Alabada sea la Virgen María, madre y señora nuestra.
Primero probó, tumbándose en él, la comodidad del colchón.
Luego, sin dejar de sonreír, puso sábanas limpias.
Y, por último, mientras mullía la almohada, escondió en el relleno unas cuantas semillas.
Esa noche el muchacho, cuando cayese rendido por el cansancio, soñaría con árboles cuyos frutos tienen el sabor blanco del pecho de las doncellas.
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