sábado, 31 de enero de 2009

La bolsita de té

Todas las tardes, Paula, a las cinco en punto (imagino que ésa fue una de las muchas manías que se trajo de Londres), iba a la cafetería que estaba junto al portal de su casa y pedía una taza de agua hirviendo. Al principio, el camarero la miraba con desconfianza. Pero, cuando ella le aclaró que le pagaría el doble de lo que costase el té más caro, dejó de preguntar nada. Una vez que tenía sobre la mesa la taza humeante, sacaba del monedero una bolsita, a simple vista igual a la de cualquiera de las muchas variedades que se servían allí, y la introducía en el agua parsimoniosamente.
Y, sí, es cierto que Arthur Bush siempre pidió que lo incinerasen. Lo que ya no estaba tan claro, al menos nadie creía habérselo oído decir, era que deseara que su viuda usase sus cenizas para hacerse, todas las tardes, por muy a las cinco en punto que fuesen, una infusión con ellas.

2 comentarios:

  1. Respondo a tu invitación visitándote. Para ser un blog reciente tienes ya muchos seguidores. Me gusta este micro de infusiones póstumas. Como soy adicto a las infusiones de todo tipo, me temo que a partir de ahora las veré con otros ojos. Saludos desde los silenos.

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  2. Gracias por la invitación a tu blog. Lo anoto en mi ruta diaria, amigo. Un abrazo. Y vaya un micro para empezar...

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