Ayer por la tarde fui a Correos para recoger un paquete cuyo interior me puso de un humor excelente: dos ejemplares de La máquina de hacer niebla, la espléndida antología del poeta costarricense Luis Chaves que ha publicado hace unas semanas La Isla de Siltolá.
Pero la alegría me duró poco.
Poquísimo.
Poquísimo.
Porque, ya que estaba en el centro, aproveché para acercarme a los expositores de la feria del libro para saludar a Antonio y a Jaime, los dueños de El Buscón y Boxoyo.
Sin embargo, si sé lo que iba a ver, me quedo en casa. La feria del libro de este año (no voy a andarme con paños calientes) no pasa de casposa y cutre. No logré resistirme a hacer unas cuantas fotos de las tres casetas en las que lo único que se puede encontrar son estampitas, Biblias y todo tipo de publicaciones religiosas.
Servidor ya venía calentito, pues, para llegar andando hasta el Paseo de Cánovas, tuve que nadar contra la corriente de miles de personas que iban a adivinarle el color del manto a la Virgen.
Mesas petitorias, alzacuellos, sotanas, monjas que vendían dulces ... tuve la impresión de retroceder en el tiempo y de estar en la España de los años sesenta. Se ve que es el espíritu de los tiempos que corren. O quizá no. O quizá esto sea aquí (y pensar que se aspiraba a ser capital europea de la cultura) lo único que saca a la gente de su casa.
Y encima, en la Feria, la cosa no mejoró. Ya lo he dicho antes. El programa resulta deprimente. Un ejemplo: el grueso de las actividades de hoy (sábado, en principio uno de los días fuertes) lo conforma la presentación de títulos tan apasionantes como Derecho de la Regulación Económica. VII Industria, Personas mayores en Extremadura, un estudio de la dependencia o Boletín de Coyuntura Económica de Extremadura.
Al marcharme, pasé por delante de la caseta de la librería que dirige un jugador de fútbol sala retirado. El caso es que este señor (contra el que no tengo nada, que conste), antes de dedicarse a vender libros, había llevado varios bares durante muchos años. En el fondo, para esta ciudad de trazo grueso por lo visto no hay demasiada diferencia entre servir copas y poner de tapa la biografía de Ana Obregón.
Qué triste todo.