La semana pasada se entregaron las medallas de
Extremadura. Sé que resulta casi imposible que todo el mundo esté de acuerdo en
los motivos para premiar a unas personas y no a otras, pero la equivocación de
este año es de las gordas.
Ya me cuesta entender que se haya galardonado a un
centro educativo concertado, cuando (lo siento: las cosas son como son) sólo la
educación pública sigue luchando para que todos tengamos las mismas
oportunidades. Aunque, de largo, creo que lo verdaderamente imperdonable es lo
que se ha hecho con Gonzalo Hidalgo Bayal. O mejor dicho: lo que no se ha
hecho.
Gonzalo Hidalgo Bayal es uno de los nombres de
referencia de la narrativa actual. Lleva años publicando en Tusquets (ahí es nada)
y recibiendo un reconocimiento literario detrás de otro (el último, el Premio
Centrifugados). De hecho, esta región debería estar orgullosísima de contar con
un escritor de su nivel.
Este año su nombre estaba entre los candidatos para
recibir una de las medallas de Extremadura. Una comunidad en la que existiese
un mínimo de sensibilidad artística tendría que presumir de continuo de alguien
como él.
Sin embargo…
Antonio Machado aseguraba que el español desprecia cuanto ignora. Por desgracia,
me temo que sigue llevando razón.
Hace años sufrimos una metedura de pata similar. No
encuentro otra manera de definir la decisión de no conceder la medalla a otro
de los artistas que más ha trabajado por Extremadura: Ángel Campos Pámpano.
Se ve que no aprendemos.
Que conste que no tengo nada en contra de Pepe
Extremadura (a quien se ha concedido la medalla), pero es que las trayectorias
artísticas de ambos no resisten una mínima comparación.
Verde, blanca y
negra. También, inculta y
desagradecida.
(Texto publicado en Avuelapluma el once de septiembre de 2017)