Ahora que falta menos de un mes para que comience el nuevo curso, quiero dejar aquí el texto que leí en el último claustro del pasado. Por si le sirve a alguien.
Cada vez
que la calefacción de mi casa se avería (lo que, para mi desgracia, ocurre con
excesiva frecuencia), me veo obligado a llamar al técnico para que le eche un
vistazo y trate de descubrir qué es lo que en esa ocasión ha fallado. Supongo
que son esas continuadas visitas las que me han proporcionado cierta
familiaridad con las tarifas de su empresa. A saber: 28 euros en concepto de
desplazamiento y 8 por cada cuarto de hora de mano de obra. A lo que luego,
obviamente, habrá que añadir las piezas sustituidas y el veintiuno por ciento
del IVA.
Antonio
Machado nos enseñó la diferencia entre el valor y el precio. Y creo que todos
coincidimos en que nuestra profesión constituye una forma de ganarnos la vida,
sí. Pero no resulta menos cierto que también tiene mucho de vocacional; es
decir, es justo esa vocación la que nos empuja a todos a hacer muchas más cosas
de las que figuran en nuestro horario. Y
quizá, precisamente por eso, debería apreciarse en lo que vale lo que de verdad
supone dedicarse a la enseñanza.
Durante
los últimos años, la educación pública española ha sufrido repetidos ataques
que han conseguido desprestigiar nuestro trabajo hasta el extremo de que la
mayoría de la población nos considera unos privilegiados que trabajan poco y
disfrutan de continuas vacaciones. De hecho, buena parte de la sociedad ha
aplaudido el incremento de la carga lectiva y la reducción del sueldo que hemos
sufrido durante este curso.
Me parece
que algo hemos hecho mal, que en algo nos hemos equivocado. Es verdad que ha
habido muchas personas interesadas en extender ese bulo. Pero también lo es que
tal vez nosotros hemos pecado de conformistas o no hemos acertado a explicar lo
que realmente conlleva dedicarse a esto.
28 euros de desplazamiento. Ocho por cada cuarto de
hora de mano de obra. ¿Alguien se imagina qué pasaría si aplicásemos esas mismas
tarifas al tiempo que invertimos en buscar actividades que mejoren la formación
de nuestros alumnos más allá de lo que establece nuestra jornada laboral? ¿Qué
sucedería si se nos tuviese que abonar esa cantidad cada quince minutos que
pasamos en tal o cual excursión, intercambio o viaje de fin de curso? ¿Por qué
se considera normal que el técnico de la calefacción cobre por su tiempo de trabajo
y a nosotros se nos pide que lo regalemos?
Ya sé, lo he dicho antes, que uno se dedica a
la enseñanza dado que cree en esto, dado que considera que lo prioritario es la
formación de los alumnos, sin importar, en muchas ocasiones, que ello implique
robar tiempo a nuestras familias. Un tiempo, insisto, que no se registra en
nuestro horario y que la sociedad parece negarse a querer ver y reconocer.
A lo mejor,
por eso mismo, ha llegado la hora de plantearse hacer algo. Yo, lo confieso, no
sé muy bien qué. Sólo soy un humilde profesor de lengua y literatura que, año
tras año, curso tras curso, ve cómo sus compañeros entregan a los alumnos su
talento, su trabajo y su entusiasmo, y, a cambio, no obtienen ni una sola
consideración o gesto de gratitud ni por parte de la administración (sea del
color que sea) ni tampoco por la mayor parte de los padres de los alumnos.
Éste es el
último claustro del curso. Dentro de un rato, nos despediremos deseándonos un
buen verano. No obstante, la inminente llegada de las vacaciones no debería
implicar que nos olvidásemos de que éste es el último claustro de un curso muy difícil,
de un curso en el que a los profesores de la enseñanza pública se nos han
arrebatado derechos que habíamos tardado varias generaciones en conseguir.
No soy nadie
para dar consejos a nadie. Realmente no sé qué hacer. Tal vez tendríamos que
empezar (ya lo he propuesto en alguna ocasión) por explicar a los padres que
muchas de las tareas que realizamos no figuran en nuestro horario, que si los
alumnos pueden ir a Alemania o a Francia (por citar un par de ejemplos) es
gracias a un grupo de profesores que, durante cerca de una semana, trabajan
gratis veinticuatro horas al día.
Sí, tal vez.
Podría ser un primer paso. Aunque lo que de verdad quiero solicitar formalmente
es que nuestro director se reúna con los directores de los otros institutos de
Mérida para plantearles la posibilidad de suspender, de manera temporal, toda
actividad extraescolar que implique alargar el horario de los profesores. No
habría, pues, excursiones ni viajes de fin de curso ni intercambios con otros
países ni participación en programas nacionales o europeos ni festivales de
teatro, etc, etc, etc. ¿Una medida dura? Puede. Aunque no supondría sino una
mera respuesta ante tanto ataque y desconsideración de las administraciones
educativas. Estoy seguro de que si lo hiciésemos, bastarían unos cuantos meses
para que los padres reclamasen a la consejería que resolviese el problema y los
docentes nos encontraríamos en disposición de reclamar el reconocimiento que
nuestra labor merece.
Y es que se
han producido situaciones difícilmente justificables. Como aquellas en que un
profesor, después de varias jornadas de excursión, ha tenido que quedarse en
casa el día siguiente aquejado de alguna dolencia fruto de la propia excursión.
Eso sí, el dinero por el día de ausencia se lo descuentan al profesor. El mismo
profesor que antes había regalado a los alumnos su tiempo y dedicación.
En el
Albarregas hemos padecido épocas muy duras en las que se nos repetía que las
soluciones a nuestros problemas tenían que salir del propio instituto, que nadie
iba a venir a sacarnos las castañas del fuego. Pues ahora me parece que nos
encontramos en un caso parecido. A mí lo de ponernos la camiseta verde hace
tiempo que se me antoja muy poca cosa.
Soy consciente
de las objeciones que se pueden oponer a esta propuesta: que si es muy difícil
coordinar a tanta gente, que no todo el mundo estaría de acuerdo, que un centro
educativo tiene que seguir adelante a pesar de las dificultades, que los
alumnos no tienen por qué pagar los platos rotos…
Soy consciente
de que llevar a la práctica una huelga de celo no siempre es sencillo. Pero
considero que, en este caso, el esfuerzo compensa. Por una cuestión de pura
justicia. Porque es mucho lo que está en juego. Porque se lo debemos tanto a
las generaciones anteriores, que son las que lucharon por conseguir los
derechos que ahora corren peligro, como a las posteriores, que no deberían
disfrutar de menos derechos que sus padres.
28 euros de
desplazamiento. Ocho por cada cuarto de hora de mano de obra.
Yo, al menos, necesito que esta petición quede recogida por
escrito, archivada en el acta de la reunión del último claustro de un curso que,
teniendo en cuenta lo que ha ocurrido, no debería ser un curso más.
Termino. Pido disculpas si esta modesta reflexión ha
incomodado a alguien.
Lo decía al
principio: este trabajo tiene mucho de vocacional. Pero no nos olvidemos de
que, en primer lugar, es eso: un trabajo, no una ONG. Y por algo el maestro
Mario Moreno “Cantinflas” afirmaba que algo malo debe tener el trabajo, o los ricos ya lo
habrían acaparado.
José María Cumbreño Espada
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